El corazón es un órgano especial, pues es el único que no depende del sistema nervioso central y es capaz de generar su propio estímulo eléctrico. Sin embargo, este órgano tan especial recibe la constante influencia del sistema nervioso autónomo: es estimulado por el simpático y deprimido por el parasimpático.
Se trata de un órgano muscular hueco que consta de cuatro cámaras y cuatro válvulas. Actúa como una bomba aspirante impelente y es el encargado de llevar los nutrientes y el oxígeno a todos los demás órganos y tejidos.
Cuando el corazón falla se producen distintas alteraciones, que dependen de la gravedad y el tiempo de evolución de la patología de base. No obstante, existen mecanismos de compensación que se ponen en marcha para evitar que ocurran cambios bruscos en la presión sanguínea y el gasto cardíaco. El primero de estos mecanismos es la activación del Anestesia/Analgesia sistema nervioso simpático (SNS), que produce un aumento de la frecuencia y la contractilidad cardíacas.
El segundo es la activación del sistema renina-angiotensina-aldosterona, que aumenta la precarga y la poscarga, así como también la producción de catecolaminas y corticosteroides.
En un principio, los mecanismos de compensación son efectivos y logran mantener la eficiencia cardíaca, pero como la patología cardíaca persiste en el tiempo, se transforman en contraproducentes y producen remodelaciones cardíacas y cambios de presión dentro de las cámaras, que ocasionan que el órgano sea cada vez menos eficiente. Esta situación se conoce como insuficiencia cardíaca congestiva (ICC). Normalmente, es progresiva y permite tratar y corregir las distintas alteraciones que le dan origen.
Cuando la patología se encuentra del lado izquierdo del corazón, los síntomas principales son tos, intolerancia al ejercicio, disnea y síncopes; si el problema está del lado derecho, suele cursar con ascitis, efusión pleural, pulso yugular positivo y síncopes.
Alicia Fernández Ruiz; Sergio Sánchez